Javier Fernández Aguilar, es cofundador y CEO de Gondolina Shoes pero además, es alumni de Loyola. Estudió Administración y Dirección de Empresas bilingüe en la Universidad Loyola entre los años 2014 y 2018.
Afirma que durante esa etapa, Loyola le enseñó mucho más que finanzas, economía o marketing; le enseñó una forma de pensar. "Aprendí a entender el mundo como un conjunto de oportunidades, a observar cada experiencia con curiosidad, y sobre todo, a tener una mentalidad abierta y global. El enfoque bilingüe y práctico de la carrera fue fundamental: cada asignatura me empujaba a cuestionar, a participar, a crear. Esa combinación entre conocimiento técnico y mentalidad internacional me ayudó a formar las bases de lo que hoy soy como emprendedor. Recuerdo especialmente la importancia que se le daba al desarrollo humano y a la ética profesional, algo que me marcó profundamente. Loyola no solo me dio herramientas, me dio una forma de ver la vida: aprender, compartir y contribuir".
PREGUNTA (P): Cuentanos qué es Gondolina Soes y cuál es la raíz de su éxito
RESPUESTA (R): Gondolina Shoes es, ante todo, una historia de amor que se transformó en una historia de éxito empresarial. Nació del deseo de mi pareja, Agnese Cosulich, y mío de pasar más tiempo juntos cuando vivíamos en distintos países. Lo que empezó como un pequeño proyecto artesanal se ha convertido, en apenas dos años y medio, en la marca líder en Italia de calzado veneciano auténtico, superando a casas históricas del país y marcando un nuevo estándar en el lujo consciente y artesanal.
Con una tasa de crecimiento del 1100% anual, sin inversión externa y con expansión completamente orgánica, Gondolina representa una forma distinta de hacer empresa: basada en el amor, la perseverancia y la autenticidad. Hoy contamos con dos boutiques propias en Venecia, una comunidad internacional de clientes en más de 117 países, y un equipo apasionado que comparte los mismos valores que nos inspiraron al principio: calidad, artesanía, sostenibilidad y propósito. Nuestro sueño es seguir llevando el espíritu veneciano por el mundo, demostrando que el Made in Italy auténtico aún tiene mucho que decir cuando se combina con innovación y visión global.

(P): ¿Cómo surgió la idea de crear una marca de calzado artesanal?
(R): Agnese y yo vivíamos en países diferentes, y soñábamos con construir algo propio que uniera nuestras dos culturas —la italiana y la española— y que nos permitiera vivir de forma libre y coherente con nuestros valores. Queríamos escapar del esquema tradicional de trabajo que la sociedad impone: un horario fijo, un salario que marca tus decisiones y una vida predefinida. Sentíamos que la verdadera libertad estaba en poder elegir qué hacer con nuestro tiempo, en trabajar por algo que tuviera sentido.
El calzado fue el punto de encuentro entre nuestras pasiones: la belleza del diseño italiano y mi visión más estratégica y empresarial. Decidimos centrarnos en un producto con alma, el zapato veneciano, un
símbolo de la historia artesanal italiana. Queríamos revalorizarlo, hacerlo actual, cómodo, funcional y global. De esa fusión nació Gondolina: una marca que une tradición y tecnología, arte y propósito, amor y disciplina.
(P): ¿Qué papel jugó tu etapa en Loyola en ese proceso?
(R): Mi etapa en Loyola fue uno de los pilares más importantes en mi desarrollo personal y profesional. Allí aprendí que el verdadero aprendizaje no está solo en las aulas, sino en la actitud con la que enfrentas cada reto. Las experiencias internacionales, las asignaturas prácticas y el contacto constante con profesores que te empujaban a pensar “más allá de lo evidente” fueron esenciales para mí.
"Loyola me ayudó a desarrollar una mentalidad abierta, crítica y proactiva, que hoy aplico a diario en mi rol como empresario"
También recuerdo el valor que se daba a la ética y la responsabilidad social, conceptos que he llevado a Gondolina desde el primer día. La universidad fomentaba no solo la excelencia académica, sino el liderazgo con propósito.
Además, fue en Loyola donde desarrollé la disciplina y la constancia que marcarían mi futuro. Durante mis años allí tuve que hacer decenas de entrevistas para conseguir mis primeras prácticas. Cada “no” se convertía en aprendizaje, y esa mentalidad de mejorar constantemente y no rendirse jamás ha sido mi brújula desde entonces.
"Loyola no me enseñó solo a emprender, sino a construir una vida con sentido"
(P): ¿Cuáles fueron los principales retos al lanzar la marca y cómo lograste posicionarte en Italia?
(R): Los retos fueron muchos, y todos ellos nos hicieron crecer. Comenzamos sin contactos, sin experiencia en el sector, sin ayuda externa y sin ningún tipo de financiación. Solo teníamos nuestros ahorros, nuestras ganas y una enorme determinación. Durante el primer año, combiné mi trabajo a tiempo completo con la creación de la marca. Llegaba a casa y seguía trabajando hasta altas horas de la noche, a veces hasta las 3 o 4 de la madrugada. Fueron meses de 19 y 20 horas diarias, sin fines de semana, sin vacaciones, y con una única meta: que el sueño tomara forma. Otro gran desafío fue emprender en pareja, y además, a distancia.
Aprendimos a separar la vida personal del trabajo, a comunicarnos mejor, a entender los límites de cada uno. Emprender juntos puede ser un reto enorme, pero también un regalo si ambos comparten la misma visión y propósito.
Para posicionarnos en Italia, dedicamos más de un año a estudiar el mercado, entender las tradiciones locales y aprender cómo podíamos diferenciarnos. Queríamos crear algo que respetara el alma veneciana, pero que al mismo tiempo mirara hacia el futuro. Así nació nuestro modelo de crecimiento: basado en la calidad extrema, la autenticidad, la historia y la innovación tecnológica. Hoy, cada par de zapatos Gondolina es una mezcla de pasado, presente y futuro, y eso ha sido clave para convertirnos en referencia en el mundo del calzado veneciano.

(P): Cuentanos qué claves has tenido en el proceso y cual es el aprendizaje que sacas de todo ello...
(R): La expansión fue completamente orgánica. No tuvimos una gran estrategia de marketing al principio, ni inversión externa. Simplemente nos centramos en hacer un producto tan bueno que la gente quisiera compartirlo. Los primeros compradores internacionales llegaron por recomendación, por clientes que se enamoraban del producto y lo mostraban a sus amigos. A partir de ahí, llegaron colaboraciones con aeropuertos, hoteles de lujo, marketplaces internacionales y boutiques seleccionadas, lo que nos permitió expandirnos a más de 117 países.
"Las claves fueron tres:
Autenticidad: nunca fingimos ser algo que no somos. Gondolina es Venecia, tradición y verdad.
Innovación: nuestras tres patentes son la base tecnológica de un producto artesanal, algo que muy pocos logran combinar.
Excelencia en el servicio: tratamos a cada cliente como si fuera el único.
Esa atención humana marca la diferencia"
El principal aprendizaje ha sido entender que el crecimiento no llega rápido, pero llega si trabajas cada día con coherencia y disciplina. Y, sobre todo, que los límites no existen cuando el propósito es claro.
(P): ¿Qué valores de Loyola siguen presentes en tu día a día como emprendedor?
(R): Los valores que Loyola me dejó y que aplico cada día son la perseverancia, la formación continua y el liderazgo ético. Loyola me enseñó que el aprendizaje nunca se detiene; que salir de la universidad no es el final, sino el principio del aprendizaje real. También aprendí a ver el fracaso como parte del proceso. Cada error, cada obstáculo, cada caída tiene un sentido: te prepara para dar el siguiente paso con más fuerza. Otro valor fundamental que Loyola me inculcó es el de contribuir al bien común. Emprender no se trata solo de ganar dinero o alcanzar el éxito personal. Se trata de usar tus recursos, tu conocimiento y tus capacidades para impactar positivamente en los demás. Esa filosofía es la base de Gondolina: una empresa que busca crecer, sí, pero siempre dejando huella positiva.
(P): ¿Qué significa para ti liderar un proyecto con propósito?
(R): Para mí, liderar con propósito significa entender que el negocio no es el fin, sino el medio. Gondolina es una herramienta que me permite ayudar a otros: donamos parte de los beneficios a ONG y proyectos que conozco personalmente, donde sé que cada euro tiene un impacto real.
También estoy desarrollando iniciativas locales en Venecia para mejorar la calidad de vida de los vecinos, apoyar la economía local y educar a los jóvenes sobre la importancia de ayudar. Creo que el éxito no tiene sentido si no se comparte. Si mi única motivación fuera el dinero, el proyecto perdería su esencia. Por eso, cada decisión que tomamos tiene que estar alineada con nuestro propósito: crear belleza, generar oportunidades y dejar un legado positivo.
(P): Cuéntanos cuáles son tus próximos pasos como emprendedor
(R): Nuestro objetivo para los próximos años es seguir creciendo de forma sólida y coherente. Queremos consolidar nuestra presencia internacional, abrir nuevas tiendas físicas en ciudades clave como Milán, Londres o Houston, y continuar innovando con materiales sostenibles y diseños exclusivos. Pero más allá de eso, queremos que Gondolina sea un símbolo global de la artesanía con alma, una marca que inspire a otros a perseguir sus sueños y a vivir con propósito. En 2026 lanzaremos nuevas empresas complementarias a Gondolina, todas con el mismo espíritu: crear valor, impulsar el talento local y contribuir a un mundo mejor.
Nuestro sueño no es solo ser la marca número uno del mundo, sino ser un ejemplo de cómo la pasión, el amor y el trabajo pueden transformar realidades.

(P): ¿Qué consejos le darias a los estudiantes de ADE y los alumni que quieran emprender y se encuentren en una situación similar a la que tenías tú?
(R): Mi consejo es muy claro: pensad fuera de los esquemas. Lo que hacen los demás no tiene por qué ser lo correcto para ti. Si tienes una pasión, conviértela en tu motor.
"Aplica la regla de las tres “P”: Perseverancia, Paciencia y Pasión"
Nada llega de la noche a la mañana. Hay que sacrificarse, formarse, leer, estudiar y trabajar más que nadie. El éxito no se hereda, se construye. Cada día es una oportunidad para avanzar un paso más. Céntrate, elimina distracciones y rodéate de gente que te inspire. Y sobre todo, encuentra tu propósito. Si sabes por qué haces lo que haces, encontrarás la fuerza para continuar incluso cuando no veas resultados.
(P): ¿Qué te gustaría decir a la comunidad universitaria Loyola?
(R): A toda la comunidad Loyola me gustaría darles las gracias. Gracias por sembrar en mí una semilla que hoy florece en forma de proyectos, sueños y propósitos cumplidos. Gracias por ayudarme a entender que el conocimiento no es solo una herramienta profesional, sino una forma de libertad interior.
"Porque estudiar en Loyola no significa simplemente aprender contabilidad, marketing o dirección de empresas; significa aprender a pensar, a cuestionar, a construir un criterio propio"
Durante mi etapa en la universidad comprendí que el éxito no se mide por títulos, cargos o cifras, sino por la capacidad de generar impacto en la vida de los demás. Loyola fue la base que me permitió entender que la vida no trata solo de alcanzar metas personales, sino de dejar un legado. Esa palabra, legado, para mí lo cambia todo. Porque al final, lo que cuenta no es cuántos premios lograste o cuánto
dinero acumulaste, sino qué huella dejaste en las personas, qué causas impulsaste, y cómo contribuiste a mejorar el mundo en el que vives. He aprendido que la verdadera libertad no se compra: se construye. Y se construye a base de sacrificio, disciplina, autoconocimiento y propósito.
Esa libertad de la que tanto hablamos en Gondolina no es solo financiera o geográfica; es mental, emocional y espiritual. Es poder decidir qué haces con tu tiempo, con quién lo compartes, y sobre todo, para qué lo haces. Esa búsqueda de libertad fue lo que me llevó a emprender, pero también lo que me mantiene despierto cada día, buscando formas de aportar valor más allá de los zapatos que producimos.
Quiero deciros también que la vida real empieza cuando termina la universidad, y ahí es donde de verdad se pone a prueba lo aprendido. Muchos piensan que al graduarse ya lo saben todo, pero ese es el error más grande que se puede cometer.
"El aprendizaje no termina nunca. Seguir leyendo, estudiando, analizando, escuchando y adaptándose al cambio constante es la única forma de no quedarse atrás. Por eso, uno de los valores que más me llevo de Loyola es ese: el aprendizaje continuo. La curiosidad es la mejor herramienta que puede tener un líder. Y cuando esa curiosidad se combina con humildad, se convierte en sabiduría"
Si tenéis una pasión, por pequeña o inusual que sea, exploradla, estudiadla, convertidla en vuestra ventaja. Yo siempre digo que si algo te apasiona de verdad, aunque sea tocar la flauta, aprende a monetizarlo. Porque si te gusta de verdad, vas a dar el 100% cada día, y cuando das el 100%, los resultados llegan. Y cuando los resultados llegan, puedes usar esa abundancia para ayudar a los demás, que al final es el sentido último de todo.
El éxito, entendido desde la experiencia, no tiene nada que ver con la fama o el dinero, sino con vivir en coherencia con tu propósito. Si no sabes por qué haces lo que haces, tarde o temprano te sentirás vacío. Por eso insisto tanto en la importancia de descubrir cuál es tu misión, qué papel juegas tú en este mundo, qué puedes aportar para que la vida de otros sea mejor. Cuando tienes eso claro, las decisiones se simplifican, las caídas se relativizan y los obstáculos se convierten en maestros. Porque sí, la vida te va a golpear. Y muchas veces con fuerza. Pero cada caída, si se aprende de ella, te prepara para volver a levantarte con más claridad y determinación.
En mi caso, las derrotas han sido tan valiosas como los éxitos. He aprendido que las cicatrices también cuentan historias. Cada error, cada tropiezo, cada intento fallido ha construido una parte de quien soy hoy. Y creo que todos deberíamos ver los errores como materia prima de nuestro crecimiento. Los grandes empresarios, los grandes líderes, los grandes innovadores de la historia lo entendieron así: el éxito no es un destino, es un camino lleno de correcciones, de aprendizajes y de ajustes.
También me gustaría compartir algo que considero esencial: el trabajo duro no tiene sustituto. Vivimos en una época donde se venden atajos, fórmulas mágicas y éxitos instantáneos, pero la realidad es otra. Todo lo que realmente vale la pena se construye con tiempo, constancia y transpiración. Como suelo decir, esto es 99% transpiración y 1% inspiración. Y ese 1% de inspiración solo aparece cuando llevas meses trabajando, cuando ya has demostrado que estás dispuesto a hacerlo incluso cuando no ves resultados inmediatos. Ahí es cuando el universo empieza a abrir puertas.
Y si me permitís una reflexión más, emprender no es para todos, y no pasa nada. Cada uno tiene su propio camino hacia la libertad. Algunos lo logran creando empresas; otros, invirtiendo con inteligencia; otros, liderando desde dentro organizaciones con propósito. Lo importante no es el formato, sino que el camino que elijas te acerque a tu propósito y te haga sentir útil para los demás.
"Por eso, a todos los que formáis parte de Loyola, os diría esto: No hemos venido a esta vida a pasar de puntillas. Hemos venido a pisar fuerte, a dejar huella y a mejorar el mundo. Marcad objetivos grandes, soñad sin miedo y después dividid esos sueños en pasos pequeños que podáis cumplir cada mes. No os comparéis con nadie; el único rival sois vosotros mismos. Superaos cada día un poco más, formad hábitos, cultivad disciplina y rodeaos de gente que os empuje a crecer. Y sobre todo, recordad que esta vida no se trata solo de ganar, sino de contribuir"
Cuando miréis atrás dentro de veinte o treinta años, no recordaréis tanto los éxitos materiales, sino las vidas que habéis tocado, los proyectos que habéis impulsado y la diferencia que habéis marcado en vuestro entorno. Así que a toda la comunidad Loyola, gracias de corazón. Gracias por haber sido el punto de partida de un viaje que va mucho más allá de lo profesional. Hoy puedo decir que los valores que me inculcasteis —la ética, la perseverancia, la curiosidad, la humildad y el propósito— son el timón con el que navego cada día. Y si algo he aprendido, es esto: No hay atajos. Solo trabajo, propósito y fe en que cada paso que das en la dirección correcta, por pequeño que sea, construye un cambio enorme.



